Investigación

Una tecnología para la filosofía y para la construcción del pensamiento, el idioma español

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El análisis parte del postulado que la filosofía se encuentra intrínsecamente ligada al idioma en el que se articula, dado que no constituye una ciencia exacta y, por ende, no puede ser presentada en un lenguaje formal, sino que requiere necesariamente de un lenguaje natural, aunque ocasionalmente puede hacer uso de recursos algebraicos. Se presupone también que no todos los idiomas poseen la misma aptitud para examinar y comprender la realidad desde una perspectiva filosófica.

La capacidad de cada idioma deriva de un proceso social e histórico complejo, desarrollado a lo largo de los siglos y no sujeto a improvisaciones. La reflexión filosófica únicamente puede alcanzar un nivel crítico efectivo cuando dispone de un idioma compartido por un número significativo de hablantes, distribuidos en diversas naciones y culturas, cuyo volumen permita un debate ideológico en el marco de la misma lengua.

El español, desde sus formas romances iniciales, ha servido como vehículo para la expresión de doctrinas filosóficas, posiblemente siendo el primer idioma moderno utilizado en el discurso filosófico. A lo largo del tiempo, ha ido desarrollando una notable capacidad para articular directamente discursos filosóficos y para facilitar la asimilación, a través de la traducción, de pensamientos formulados en otros idiomas clásicos como el griego, el árabe y el latín, especialmente en la escuela de traductores de Toledo. El descubrimiento de América propició que el español se convirtiera en un idioma multinacional y universal, en el contexto de un imperio no depredador, sino generador de futuras sociedades políticas, en las que la filosofía estuvo presente desde temprano en las nuevas universidades e instituciones. La influencia de la gran escolástica española, motivada por las exigencias del imperio católico, llevó a que gran parte de sus escritos se realizaran en latín, explicando así la relativa escasez de filosofía sistemática escrita en español, en contraste con los ciclos de pensamiento filosófico en francés, inglés o alemán, que pudieron desarrollarse y, eventualmente, concluir según sus propios ritmos.

Si bien es cierto que la denominada leyenda negra antiespañola ataca nuestro idioma desde una perspectiva interna subestimando la relevancia del pensamiento español, ya sea expresado en latín o en español, y sobrevalorando el pensamiento francés, alemán o, en general, europeo[1], es necesario contextualizar en su justa medida la cuestión hispana y su idioma especialmente durante el siglo XVI. Por ejemplo, el cartesianismo español, pero no a través de Descartes, sino a través  de Gómez Pereira y su Antoniana Margarita de 1550, obra cartesiana española, escrita cuando Descartes aún no había nacido, como explica Gustavo Bueno en su artículo “El español como lengua de pensamiento”, del 2003.

Otro ejemplo es la Ilustración, atribuida a la Revolución Francesa del siglo XVIII propio de  ilustrados franceses o alemanes (y sobre todo del Kant de la «liberación de la razón»), que adolece de la inclusión de autores españoles como Feijoo, o Mayans o Jovellanos, casos considerados como lejanos y tangenciales a la citada revolución, cuando su pensamiento ilustrado al uso proviene incluso del siglo XVII y XVI, pensamientos precoces, germen que de nuevo anteceden en el tiempo los eventos atribuidos sin criterios a otros.

Al margen de que por ejemplo, la lengua española distinga dos hechos esencialmente distintos como “Ser” y “Estar” -se conocerán pocos ejemplos de esta genialidad filosófica de primer orden en otras lenguas, las cuales incluso utilicen el mismo vocablo para ambas circunstancias, sorprendentemente, hay que decir que numerosos historiadores sostienen la premisa de que la lengua española no pudo seguir una evolución paralela a la de otros idiomas, en términos de ser considerada una «lengua de pensamiento». Pero esta afirmación falaz no examina atentamente la historia y no ve, o no quiere ver que la lengua española en sus primeras etapas como romance castellano, es en realidad, la precursora de otras lenguas extranjeras.

¿Cómo ocurrió esto? Gustavo Bueno explica que este fenómeno se atribuye, de manera lógica, a las circunstancias históricas en las que se desarrolló la lengua española durante la Edad Media, particularmente en un contexto de convivencia entre judíos, moros y cristianos. En diversos lugares de España, especialmente en el valle del Ebro, Huesca, Tarazona, Barcelona y, sobre todo, en Toledo después de su conquista por Alfonso VI en 1086, se produjo un intercambio de corrientes de pensamiento griego, árabe y judío que se transmitieron al latín europeo a través del romance castellano. Por ejemplo, Pedro Hispano, un judío, realizaba traducciones del árabe al romance castellano, y Domingo Gundisalvo traducía estas obras del romance castellano al latín. Este proceso de intercambio intelectual contribuyó significativamente a enriquecer el léxico y el corpus intelectual del español en esa época.

Este proceso, que tuvo sus inicios en el siglo XII y que fue identificado por Valentin Rose en 1874 bajo el concepto historiográfico de la «Escuela de Toledo», continuó durante el siglo XIII, especialmente durante el reinado de Alfonso X. Sin embargo, su influencia no se detuvo allí. Este fenómeno, junto con el desarrollo social y político subsiguiente, donde el castellano se convirtió en una lengua internacional, es decir, el español, contribuyó a la abundancia de obras intelectuales en castellano y más tarde en español. Desde las Partidas de Alfonso X hasta el Lucidario de Sancho IV, desde el Discurso de la dignidad del hombre de Pérez de Oliva hasta el Menosprecio de Guevara o el Examen de ingenios de Huarte, y luego obras de autores como Cervantes, Quevedo, Calderón y Gracián, la producción intelectual en español fue notable. Es importante destacar que algunos de estos escritores fueron altamente apreciados en Alemania posteriormente. Por ejemplo, Lessing realizó su tesis doctoral sobre Huarte de San Juan, y Schopenhauer tradujo y estudió la obra de Baltasar Gracián. Antonio Regalado, por su parte, presentó a Calderón como uno de los grandes pensadores españoles, equiparándolo a figuras como Pascal o Hobbes, y mostró el reconocimiento que recibió entre los filósofos alemanes, desde los Schlegel hasta Nietzsche.

Además, como continúa el autor, la abundancia de vocabulario abstracto de segundo orden, de naturaleza filosófica, en la lengua española es tan notoria que nos llevaría a sostener que es imposible hablar en español sin filosofar. Esta afirmación debería ser respaldada detalladamente, extendiendo aún más el género literario que Feijoo cultivó intencionalmente, conocido como «los paralelos» entre las lenguas. Feijoo, en este contexto, no consideraba la diferencia en la estructura sintáctica de los idiomas, posiblemente porque concebía que todos los idiomas seguían una única estructura, la latina.

En este sentido, Feijoo consideraba que el español superaba notablemente al francés en la riqueza de vocabulario. Señalaba que muchas palabras en español no tienen equivalentes en francés, mientras que pocas palabras en francés carecen de equivalente en español. Especialmente en lo que respecta a palabras compuestas, Feijoo argumentaba que el español abunda tanto que dudaba que otro idioma, incluso el latín, pudiera igualarlo, con la excepción quizás del griego.

Si bien es importante analizar los «paralelos» no solo en términos léxicos, sino también morfológicos y sintácticos, el mero estudio del léxico podría conducir a importantes conclusiones sobre la riqueza y la profundidad del español como lengua de pensamiento.

Algunas series de palabras propias del lenguaje común, no técnico-académico, del español corresponden a diversas áreas que hoy en día se consideran disciplinas académicas, con el propósito exclusivo de señalar posibles direcciones para investigaciones futuras. La presencia de una amplia gama de vocabulario en el español corriente, no académico, que abarca ideas ontológicas es un indicador significativo del desarrollo del español como «lenguaje de pensamiento». Este vocabulario incluye términos como «ser», «estar», «unidad», «criatura», «nada» (de res nata), «realidad», «cosa», «espacio», «tiempo», «causa», «relación», «sustancia», «accidente», «contingencia», «posibilidad», «necesidad», «finalidad», «semejanza», «igualdad», «identidad», «fundamento», «orden», «mundo», «universo» y «todo», entre otros. También se pueden distinguir palabras que expresan totalidades atributivas, como aquellas formadas con el sufijo «-ario» (por ejemplo, «arenario», «ideario», «calendario», «herbario», «imaginario», «lapidario», «argumentario»), así como palabras que expresan totalidades distributivas, como los sustantivos en plural (por ejemplo, «peces», «hombres», «cerezas»).

El vocabulario lógico, gnoseológico o metalingüístico también es amplio en el español común. Se encuentran palabras como «género», «especie», «clase», «particular», «singular», «coherencia», «discurso», «suposición», «operación», así como términos como «verdadero», «falso», «aparente», «engañoso», «sospechoso», «dudoso», «incierto» y «crítico». Además, el español cuenta con un vasto vocabulario en áreas estéticas, morales, jurídicas y políticas.

Es importante señalar que el pensamiento español no se limita solo al latín, sino que también se expresa en lengua española. Ambas lenguas son internacionales. Sin embargo, surge la pregunta sobre si es adecuado hablar de «pensamiento español» cuando nos referimos al pensamiento de los españoles expresado en gallego, catalán, vasco o castúo. Esto no se debe a la falta de grandes pensadores en estas regiones, sino porque muchos de ellos se han expresado en español (como Feijoo, Balmes, Unamuno). El español, debido a su desarrollo internacional como la segunda lengua más hablada del mundo, no se limita a la España peninsular, sino que abarca toda la comunidad hispanohablante.

Bibliografía

Bueno, G. (2003). El español como «lengua de pensamiento». Anuario del Instituto Cervantes. El español en el mundo. Madrid: Círculo de Lectores, 35-56


[1] Ideas negrolegendarias provenientes de Erasmo -figura destacada del siglo XVI, a quien se le atribuye la capacidad de haber iluminado-, aunque sea de manera limitada, la pretendida oscuridad en la que se encontraba España.

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