Investigación

La relación mano-herramienta hizo al hombre

Por María Isabel Hernández Figueroa

23/07/2023

Para el común de los mortales, el cerebro es el creador y artífice de cuanta actividad, tarea, ocurrencia o cualquier producto humano, un enfoque cerebrista en el que toda actividad humana es ya casi una impertinencia, especialmente a la luz de la refutación académica que algunos especialistas han tenido a bien exponer. Marino Pérez Álvarez, especialista en psicología clínica y miembro de número de la Academia de Psicología de España desde 2022, así como catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, donde fue profesor desde 1979, se presenta de forma contundente frente a esta creciente tendencia en la que el cerebro nos domina y dirige nuestros destinos.

En la actualidad, el cerebro ha adquirido un papel preponderante en la explicación de todos los aspectos relacionados con lo humano, llegando a extremos insospechados al sostener que absolutamente todo está supeditado al cerebro e incluso proponer que no somos más que un mero conjunto de neuronas. En 1990, la Biblioteca del Congreso y el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) de los Estados Unidos declararon la «Década del Cerebro» (1990-2000), lo que rápidamente captó la atención en la escena académica a nivel internacional. El propósito detrás de esta iniciativa era «aumentar la conciencia pública sobre los beneficios derivados de la investigación cerebral». Esta declaración fue anunciada públicamente el 17 de julio de 1990 por el entonces presidente de los EE. UU., George W. Bush, quien afirmó:

“El cerebro humano, una masa de tres libras de peso de células nerviosas entrelazadas que controla nuestra actividad, es una de las más magníficas -y misteriosas- maravillas de la creación. El asiento de la inteligencia humana, intérprete de sentidos, y controlador del movimiento, este increíble órgano continúa intrigando a los científicos y al público profano por igual”.

Impulsado por este significativo impulso mediático y financiero, la investigación en torno al cerebro y al sistema nervioso ha experimentado un notable crecimiento. Cada año, se generan miles de artículos científicos que abordan el cerebro en su rol como el órgano dirigente de nuestra conducta. En esencia, el cerebro se ha vuelto una tendencia en boga y ha capturado la fascinación tanto de la comunidad científica como del público en general. En el presente, este enfoque centrado en el cerebro -análogamente aplicable al enfoque genético- emerge como el protagonista del «espíritu de nuestra época». De manera humorística, el psicólogo experimentalista canadiense Steven Pinker comentó: «Nunca veremos una Década del Páncreas».

La premisa central que se sostiene aquí, en línea con el académico Marino Pérez, es que el cerebro no es la causa primordial, sino más bien el resultado, tanto de las conductas individuales como de los sistemas culturales en los que la persona está inmersa. Teniendo esto en cuenta, la conducta y la cultura determinan fuertemente nuestro yo. Marino Pérez explica que el cerebro se encuentra integrado en el cuerpo, y a su vez, el cuerpo está inmerso en un entorno cultural del cual está intrínsecamente ligado y del que depende en gran medida. El proceso de desarrollo de la persona no está preestablecido exclusivamente en los genes o en las células, también influyen factores ambientales y conductuales sobre la actividad genética, como lo señala el autor. Existe por tanto una inclinación a asignar características psicológicas al cerebro, lo que es una falacia que implica atribuir a las partes de un organismo las cualidades que se aplican al conjunto en su totalidad.

En verdad, es el ser humano, la persona, quien piensa, razona, toma decisiones, y así sucesivamente, porque la persona es un todo. Las decisiones no las toma su dedo gordo, su trasero o su uña, tampoco su cerebro, que es una parte más, sin restar la importancia que tiene esta zona para el sistema. La persona es algo más complejo. Marino Pérez Álvarez sostendrá lo siguiente:

En el ámbito clínico, si se estudiaran más de lo que se suele las pautas de crianza, los moldeamientos y reglas y la enseñanza (normas, modelos, modales, valores, etc.), se necesitaría menos acudir a explicaciones genéticas y neurobiológicas. En realidad, el estudio de las pautas de crianza y aprendizaje forman parte de la tradición psicológica, desde Freud a Skinner. Enfoques radicales como el de Freud y Skinner, tan diferentes en otras cosas, coinciden en los extremos en situar la raíz de la psique y de la conducta humana en la historia personal desde la infancia.

La conducta implica una relación con el entorno, pero es fundamental recordar, según lo plantea Skinner, que este entorno es en gran medida resultado de las acciones humanas (la sociedad). La persona no es un mero observador de lo que sucede, al contrario, es un agente activo, es un sujeto operatorio que realiza acciones, desarrolla prácticas vitales, enfocándose en la acción más que en el pensamiento. Después de todo, el pensamiento, la imaginación o la fantasía no satisfacen las necesidades alimenticias ni construyen edificaciones. Tal vez no tengamos manos debido a nuestra inteligencia, sino que con toda probabilidad, somos inteligentes gracias a nuestras manos. El individuo como una entidad completa se manifiesta en cada gesto, en cada acto, en cada manifestación. De hecho, el origen de los términos relacionados con lo mental se origina en objetos y prácticas del entorno, como el verbo «pensar», que tiene sus raíces en el acto de «pesar», al evaluar una cosa en una mano en comparación con otra en la otra mano o en una balanza; el sistema decimal, cuyo fundamento posiblemente se encuentre en los diez dedos de nuestras manos.

La actividad de manipular objetos con las manos y utilizar palabras para construir cosas, adquiere una relevancia esencial. Las creaciones como instrumentos, obras de arte y textos escritos, pasan a ser elementos del entorno que permiten nuevas y sorprendentes operaciones, construcciones y reconstrucciones imaginativas sin límites. Aunque las fantasías internas pueden eventualmente tomar el control sobre estas operaciones externas, no hay que perder de vista las fantasías, por ejemplo, se construyen a partir de las operaciones. Un ejemplo son los comportamientos verbales, la escritura, los artefactos y los sistemas como los cuentos infantiles. Así, la fantasía no constituiría un mundo separado, sino que formaría parte, constituyéndose a partir de la combinación y reelaboración de objetos y palabras.

Proyectiles de hueso del período Magdaleniense, Pincevent (Francia): arpón de hueso con microlitos utilizados como púas; arpón de hueso con dos líneas de púas; punta de hueso de lanza.

En este sentido, el aspecto creativo del devenir humano comprende las manos y las herramientas como foco de referencia. Así pues, pensar es hacer cosas. Los humanos somos criaturas plásticas indeterminadas e incompletas, o bien, siempre a punto de convertirse en algo. Los humanos también estamos indisolublemente entrelazados con la plasticidad de las formas que creamos. Las manos y las herramientas interactúan en el manejo de la materia, y ésta, es una condición para el devenir humano. Las herramientas son hechas y utilizadas por las manos tanto como las manos son hechas y utilizadas por las herramientas. La inteligencia humana es en gran medida hecha por arte y gracia de la mano. Nosotros, como seres con mentalidad, estamos insertos en un ambiente dinámico, que comprende artefactos, herramientas y tecnologías, pero también a prácticas sociales e instituciones que amplían nuestros procesos cognitivos, como explica Gallager (2014, 2017).

El ser prehistórico no diseñó antes el hacha, sencillamente la hizo mediante ensayo y error hasta llegar a confeccionar la herramienta. Al crear un hacha de mano, ocurren cosas en el cerebro del artesano que utiliza el hacha, que tienen que ver con el uso de la herramienta, la fuerza que hace falta para sujetar el hacha y vencer la acción de la gravedad, la velocidad del golpe, ni otros tantos cálculos. Sencillamente se coge el hacha. Estas cuestiones tienen que ver con las habilidades internas y los procesos subyacentes que están en juego.

La capacidad creativa humana para el descubrimiento activo y la improvisación es posible mediante la flexibilidad anatómica, la sensibilidad cinestésica y la disposición protésica. La mano humana está hecha para hacer y al mismo tiempo abre nuevas posibilidades, y esta relación entre manos y herramientas ha sido reconocida desde hace mucho tiempo en la arqueología (Leroi-Gourhan, 1993). Así es, el desarrollo cognitivo humano se forja en gran medida a través de la acción manual: está intrínsecamente ligado a la manipulación consciente del entorno y emerge a partir de ella. Los estudios experimentales que exploran la posible co-evolución entre la creación de herramientas de piedra en el Paleolítico Inferior y las habilidades de manipulación manual de los homínidos durante ese período, proporcionan información sumamente relevante (Key, Merritt y Kivell, 2018). Además, los análisis paleoneurológicos también indican una expansión de las regiones parietales cruciales para la integración visuoespacial y la coordinación entre ojo, mano y herramienta, tanto en humanos como en neandertales (Bruner et al., 2018).

La comprensión de las tensiones biomecánicas generadas por las demandas técnicas probablemente desempeñaron un papel en la evolución de la mano humana (Williams-Hatala et al., 2018). Sin embargo, sigue siendo un enigma cómo estas capacidades fundamentales para el agarre preciso y potente, junto con su anatomía de soporte, evolucionaron con el tiempo hacia la habilidad de un agarre reflexivo, exploratorio y predictivo (Williams‐Hatala et al., 2021). Si consideramos que nuestros cuerpos son la base de nuestra comprensión del mundo, entonces podemos afirmar que la mano, en su relación con las cosas, es lo que nos permite transformarlo. La mano transforma tanto al organismo como al entorno circundante.

Un ejemplo esclarecedor de como las acciones del cuerpo hacen al hombre, las hallamos en la teología católica, a través de lo que se conoce como las tres virtudes teologales o virtudes teológicas: la fe, la esperanza y la caridad. En el proceso mismo de constitución del hombre en hombre, durante el Paleolítico, el hombre cazador promoverá la esperanza a través del deseo de que la caza se dé con éxito; despues, al lograr cazar al animal, la caridad se prefigura al llevar la carne al resto de los componentes del grupo, para compartirla. Finalmente, la fe surgirá en el anhelo de conseguir otra pieza para los días venideros.

Es decir, la conducta cambia al mundo, y es esta acción la que realmente opera en la realidad, en contraste con la idea de que sea solo el cerebro dentro del cráneo o la mente procesando información. En una perspectiva evolutiva, explicar todo en base a los genes no es suficiente, y aunque los genes conforman el conjunto de instrucciones para la vida de los organismos, es la conducta la que ejerce un papel primordial en la dinámica del mundo, alterando y generando entornos que llevan a la selección de los propios genes. En este punto, los genes están subordinados a la conducta de los organismos que los eligen o los desechan. Algunos genes son seleccionados o no en función del estilo de vida y las costumbres de los organismos en cuestión.

Referencias

Bruner, Emiliano, Annapaola Fedato, María Silva-Gago, Rodrigo Alonso-Alcalde, Marcos Terradillos-Bernal, María Ángeles Fernández-Durantes, and Elena Martín-Guerra (2018). “Cognitive Archeology, Body Cognition, and Hand–Tool Interaction.” Progress in Brain Research 238: 325–345. [Crossref], [PubMed], [Web of Science ®], [Google Scholar]

Gallagher, S. (2014). “Pragmatic Interventions into Enactive and Extended Conceptions of Cognition.” Philosophical Issues 24 (1): 110–126. doi:https://doi.org/10.1111/phis.12027. [Crossref], [Web of Science ®], [Google Scholar]

Gallagher, S. (2017). Enactivist Interventions: Rethinking the Mind. Oxford University Press.[Crossref], [Google Scholar]

Key, A., S. R. Merritt, and T. L. Kivell (2018). “Hand Grip Diversity and Frequency during the Use of Lower Palaeolithic Stone Cutting-Tools.” Journal of Human Evolution 125: 137–158. doi:https://doi.org/10.1016/j.jhevol.2018.08.006. [Crossref], [PubMed], [Web of Science ®], [Google Scholar]

Leroi-Gourhan, A. (1993). Gesture and Speech. Translated by Berger A. B. Cambridge: MIT Press. [Google Scholar]

Pérez, Marino (2011). El Mito del Cerebro Creador. Cuerpo, Conducta y Cultura. Madrid: Alianza.

Williams‐Hatala, E. M., K. G. Hatala, A. Key, C. J. Dunmore, M. Kasper, M. Gordon, and T. L. Kivell (2021). “Kinetics of Stone Tool Production among Novice and Expert Tool Makers.” American Journal of Physical Anthropology 174 e24159. [Crossref], [Web of Science ®], [Google Scholar]

Williams-Hatala, E. M., K. G. Hatala, M. Gordon, A. Key, M. Kasper, and T. L. Kivell (2018). “The Manual Pressures of Stone Tool Behaviors and their Implications for the Evolution of the Human Hand.” Journal of Human Evolution 119: 14–26. doi:https://doi.org/10.1016/j.jhevol.2018.02.008. [Crossref], [PubMed], [Web of Science ®], [Google Scholar]

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